domingo, 4 de julio de 2010

Carta a 70 kilómetros

Los recuerdos vas viajando en el aire como el polen fecundo; van buscando una mente rendida o un corazón solitario.
He querido recordar la promesa que me hiciste, pero no he logrado reunir las palabras, ni recordar la sintaxis, o quizá no lo quiero hacerlo.

Todo seria fácil si pudiera trasladar los escombros de lo que fuimos, si cada ladrillo fuera un recuerdo que tirara en algún abismo. Pero los sentimientos se arraigan muy fuerte, y más si son sentimientos tan nobles como el amor; sus raíces se hacen parte de cada vena, de cada arteria y trasportan los recuerdos, como el oxigeno a cada una de mis células. Y aún más fácil seria si nuestros corazones fueran un recipiente de agua, y que pudiéramos verter el agua en las arenas de un desierto. Qué rápido se evaporarían las moléculas de lo que fuimos.

Entonces limpiaría el suelo devastado o llenaría el recipiente con agua nueva, entonces podría tener el valor de decir: si soy plena, soy feliz.

Quedaría atrás la angustia, la indignación, el resentimiento. Entendería que no eres mió, que ni un centímetro de lo que eres y atraes me pertenecía; aceptaría esta resolución sin reclamos y sumisa; comprendería que soy un soldado, una muñeca en las manos de algún ser todopoderoso.

El aceptar que soy un ser predestinado no es mi estilo, nadie tiene la culpa más que yo, pero que pasa cuando yo en realidad no tengo la culpa. A quién reclamar, quién tiene esta vez la culpa. Estas preguntas siempre me las he hecho.
Por otro lado tendría la culpa de amar, de haberte adorado; tendría la culpa de necesitarte, de extrañarte. Entonces deberían dejar de inclinarme a alguien con toda el alma y la esencia de mis entrañas; entonces buscaría a alguien que me acompañé, y viviría sin disfrutar de los detalles; entonces me compraría una mascota; entonces la soledad seria dos veces más maldita; entonces la muerte seria una opción y el suicidio un puerta.

Pero yo no quiero ser un zombi. Quiero se carne y sangre, quiero ser mujer, quiero sentir el deleita de mi cuerpo saludable y joven, de mis hormonas zigzagueantes y de mi pecho guerrero.

Y aquí amor ingrato, te he dicho que costará pegar de nuevo los retazos de mi piel que dejarte rasgados cuando te separaste de mi. Aquí te he dicho que no he de dejarme consumir, y aunque tengan que pasar muchos días lluviosos para borrar tu recuerdo, he de olvidarte.